Se cumple un nuevo aniversario de la Noche de los Lápices, y cada vez que esta fecha regresa, mi mente no va solo a La Plata y a aquellos jóvenes de la UES, que son y serán por siempre el símbolo más puro y trágico de nuestra lucha. Mi memoria, rebelde y necesaria, viaja también a mis propios días de adolescente, con el olor a gas lacrimógeno en la nariz y el fuego de la convicción en el pecho.
*Por Lois Pérez Leira.
Los primeros pasos
Todo comenzó antes, en el calor de la lucha. Corría 1969, y el Cordobazo estallaba como un trueno que recorría el país. En Ramos Mejía, con otros compañeros del colegio nocturno Esteban Echeverría, intentamos parar la escuela en solidaridad. No fue un éxito total, pero fue nuestro. Fue la primera vez que sentí que la historia no se leía, se hacía. Un grupo grande de jóvenes tomamos la Avenida de Mayo. La euforia duró hasta la Avenida Belgrano, donde la policía nos recibió con gases. La misma represión de siempre, el mismo mensaje: callar.
Pero en la confusión y el ardor de los ojos, nació algo. Nos refugiamos en la pizzería Dos Avenidas. Y allí, entre el humo que se disipaba y el olor a pizza, un compañero, José, se presentó como de la Federación Juvenil Comunista. Habló con una claridad que cortaba la neblina del gas. Yo, que llevaba el comunismo en la sangre, heredado de mis abuelos gallegos represaliados por el franquismo, encontré por fin mi partido. Ese mismo día, en la casa de Marta “la Colorada”, llené la ficha de afiliación. Era feliz. Había encontrado mi lugar en el mundo.
La fuerza estudiantil
La militancia fue un torrente. En cuatro meses, me eligieron presidente de la Liga de Estudiantes de La Matanza (LEM). Pronto, en una reunión provincial de la FJC en una casa de Olivos, conocí a un gran camarada: Víctor Kot. Aquel joven había sido presidente de la FESBA durante los épicos enfrentamientos por la escuela laica y tenía la sabiduría de las batallas ganadas y perdidas. Fue por su iniciativa que, tras una asamblea de la FESBA, me eligieron vicepresidente y luego presidente. Así llegué a la presidencia de la Confederación Argentina de Estudiantes Secundarios (CAES).
Éramos la fuerza mayoritaria. El mapa estudiantil de la provincia de Buenos Aires en el 73 lo demostraba: 64 centros de estudiantes, la abrumadora mayoría bajo la conducción de la Fede. En la Capital teníamos la CAEN, que luego se llamaría FEMES. En esta ciudad contábamos con la dirección de tres centros de estudiantes. También dirigíamos centros en la provincia de Córdoba y en Santa Fe.
Unir fuerzas
No estábamos solos. Estaban los trotskistas de la TERS, la juventud guevarista del PRT el Combatiente, el PRT-La Verdad, los Socialistas Auténticos —como en el Jorge Newbery, donde militaba Mario Mazzitelli—, y los grupos peronistas de derecha. Pero las banderas nos unían más que las siglas nos separaban: boleto estudiantil, legalización de los centros de estudiantes, más presupuesto para educación. Consignas que hoy suenan a sentido común, pero que entonces sonaban muy fuertes.
Con esas banderas fui a La Plata en el 72, donde me reuní con tres centros de estudiantes. En el 73, nació el Encuentro Nacional de Estudiantes Secundarios, del que fui elegido presidente. Fue en el Nacional de Buenos Aires. Recuerdo la discreta pero firme presencia de Patricio Echegaray, enviado por la Fede para seguir aquel proceso. Como resolución del Encuentro, nos entrevistamos con el ministro de Educación Taiana durante el Gobierno de Héctor Cámpora. El ambiente era de efervescencia, de una unidad combativa.
Incluso con la UES, que Montoneros había creado en 1974, el diálogo existió. Recuerdo una reunión con su conducción en un local cercano al Colegio Nacional Buenos Aires. Fue buena, de mutuo respeto. Quedamos en coordinar. Pero la historia se aceleró. Con el último gobierno de Perón, ellos, y la Juventud Guevarista del PRT, se sumieron en la clandestinidad. Nuestro camino, el de la lucha masiva y visible en las calles y las aulas, siguió siendo el mismo, aunque la sombra de la Triple A se alargaba.
La tragedia ya acechaba. La «Triple A» asesinó a Rubén Poggioni, un compañero que había empezado su militancia en un colegio de Zona Norte. Lo conocí en un campamento de la FESBA, que se hizo en la ciudad de San Pedro. Me lo presentó Irene, que por aquellos años era la responsable de Secundarios de Zona Norte. Rubén todavía no era afiliado. Rápidamente hicimos amistad. Tenía todas las condiciones de un cuadro político.
Y luego, el horror máximo: la Noche de los Lápices. Esos pibes de La Plata, de la UES, que salieron a reclamar por el mismo boleto estudiantil por el que nosotros habíamos luchado.
Por eso, hoy, cuando recuerdo, no miro desde la nostalgia. Miro desde la responsabilidad. Los que sobrevivimos tenemos el deber de contar que la lucha por el boleto no fue una idea abstracta, sino una conquista sudada, organizada en asambleas, pagada con la vida de compañeros idealistas de todas las organizaciones. Que antes de ser un derecho, fue un sueño colectivo.
La memoria de aquellos años no es solo el luto por los lápices que se apagaron. Es también el recuerdo vibrante de la pizzería «Dos Avenidas» , de las asambleas interminables, de la mano tendida de José, de la sabiduría de Kot, del olor a tiza y gas lacrimógeno. Es la certeza de que valió la pena. Para que ningún pibe tenga que pagar con su vida el derecho a aprender y a moverse. Para que la memoria no sea un lápiz que se borra, sino una antorcha que se pasa. Y que, como entonces, el futuro se construye con organización, con lucha y, sobre todo, con solidaridad.
Dedicatoria
Vaya mi recuerdo para mis camaradas con los que protagonizamos las luchas estudiantiles de aquellos años: Pablo y Mónica Weiss, Héctor Leipzig, Marta “la Colorada”, Carlos Gabaldón, Carlitos Pirimpinpin, Juan Carlos Pérez, Luisito Esteimberg, Norita Echenique, Arístides Terrile, el «Gordo» Hugo, Ricardo Jelicie; mi gran amigo Gustavo Rugna, líder del Comercial de Ramos Mejía. Luis Da Silva «El Brasilero», Alex y el «Paraguayo» Esteban de Avellaneda, «el gordo» Chonchón de Morón, «Balija» y los hermanos Bruno de Merlo, Inés Ollero, Daniel «FEMES» y Ulises Gorini de Capital. El Negro Kochen, «el Gato» Aulicino, Juan Carlos Díaz. También recordar a nuestros mártires Rubén Poggioni y «El Negrito» Avellaneda.


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