Un alto presupuesto educativo es solo la mitad de la ecuación; la otra mitad es garantizar que esos recursos se traduzcan en una educación de calidad que despierte vocaciones científicas y tecnológicas.
Por Rafael Méndez
En un mundo obsesionado con los titulares sobre las rivalidades geopolíticas y las crisis económicas, una revolución silenciosa y estratégica se gesta en las aulas de la República Popular China. Es una revolución que no hace ruido en las portadas de los medios, pero que está transformando el panorama tecnológico global, a nivel tal, que mientras que en Occidente se debate sobre el despliegue de la última tecnología, el verdadero poder de China no reside solo en sus empresas tecnológicas, sino en la fuente inagotable de talento que cultiva desde las bases: sus estudiantes.
Como un apasionado de la educación, en mi investigación encontré que este poderío emergente no es una casualidad, es el resultado de una política de Estado deliberada y de largo plazo, que ha comprendido que el dominio tecnológico no se gana en el campo de batalla, sino en el laboratorio y, sobre todo, en el salón de clases, por lo que, consecuente con esa visión, el gobierno chino ha puesto la educación y la innovación en el centro de su proyecto nacional.
Los números hablan por sí solos
Según datos y proyecciones de diversas fuentes, la República Popular China gradúa anualmente a un volumen impresionante de profesionales en disciplinas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), que se estima entre tres millones 500 mil y cuatro millones 700 mil jóvenes, y para poner esta cifra en perspectiva, es más de cuatro veces los que gradúa Estados Unidos, la segunda potencia tecnológica del mundo, y de hecho, supera con creces el número total de graduados STEM de las principales economías desarrolladas juntas, incluyendo a la potencia del norte.
Esta asombrosa fábrica de talento es el resultado directo de un sistema educativo que guía y motiva a los estudiantes a inclinarse hacia las carreras científicas y tecnológicas, por lo que desde el nivel pre-universitario, se fomenta una cultura que exalta la ciencia y la tecnología como los pilares fundamentales del progreso nacional, y es a raíz de este enfoque, que los programas educativos son rigurosos, y la sociedad valora de manera excepcional a los ingenieros y científicos, algo que no tiene parangón al compararse con muchas otras partes del mundo.

De las aulas a la vanguardia global
El resultado de esta masiva inversión en capital humano es palpable y se traduce directamente en liderazgo tecnológico. De ahí que, mientras que en 2023 Estados Unidos presentó poco más de 500,000 solicitudes de patentes, China, ante su propia Oficina de Propiedad Intelectual (CNIPA), presentó la asombrosa cifra de un millón 64 mil solicitudes. Este liderazgo en la presentación de patentes es un barómetro clave de la innovación, ya que cada solicitud es una nueva idea que, potencialmente, puede transformar una industria.
Es importante destacar que este caudal de innovación no solo alimenta el liderazgo de empresas de telecomunicaciones como Huawei o de gigantes de la manufactura, por el contrario, también impulsa avances cruciales en áreas como la inteligencia artificial, las energías renovables, la biotecnología y la robótica, donde China ya no persigue a otras potencias, sino que marca el ritmo global.
Por consiguiente, el despliegue de la red 5G en China es el ejemplo perfecto de esta capacidad, ya que mientras otros países aún discuten la infraestructura, la República Popular China ya ha construido la red más extensa y avanzada del mundo, integrándola en fábricas inteligentes, puertos y sistemas logísticos a una escala que pocos pueden imaginar.
Un referente que alecciona
Este modelo chino ofrece una lección invaluable, especialmente para naciones en desarrollo, que deben interiorizar en el sentido de que la base de un futuro próspero no se encuentra en el subsuelo, sino en la mente de sus jóvenes, por lo que invertir en educación, pero de manera estratégica, es la clave. Un alto presupuesto educativo es solo la mitad de la ecuación; la otra mitad es garantizar que esos recursos se traduzcan en una educación de calidad que despierte vocaciones científicas y tecnológicas.
Además, la incapacidad de las administraciones para invertir adecuadamente los fondos asignados complica aún más el panorama, por lo tanto, inspirarse en modelos que priorizan la formación técnica y científica desde edades tempranas podría ser un primer paso. No se trata de copiar, sino de adaptar y priorizar para asegurar que el dinero invertido en educación produzca el retorno más valioso: una generación de innovadores.
Al final del día, el dominio tecnológico de China no es una casualidad, es el resultado directo de una estrategia audaz que pone la educación y la innovación en el centro de su proyecto nacional. La carrera por el liderazgo global en el siglo XXI no se ganará con ejércitos, sino con mentes, y en esa contienda, China está formando a sus soldados más valiosos en las aulas, listos para escribir el próximo capítulo de la historia de la tecnología.
Fuente: Asia News y Agencias.


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