Por Gustavo Zapata

De la CTA MHI.

Hay quien dice se cayó el muro de Berlín y se acabó el comunismo. Otros que no se puede medir la realidad política con categorías como izquierda o derecha. Pero… ¿qué pasa cuando la sociedad que logró combinar planificación estatal y crecimiento de negocios privados, es conducida por un Partido Comunista? ¿Y si esa experiencia se convierte en una potencia que puede competir exitosamente con el imperio de la pretendida libertad de mercados?

No se pueden copiar esquemas, que son frutos de otras historias, protagonismos, sujetos y contradicciones.

Pero sí tenemos más cerca para analizar al Partido Unificado de la Revolución que conduce el Chavismo, que resiste la agresión imperial. O al Frente Amplio, que logró institucionalizar un ámbito de debates y síntesis para volver a gobernar.

Es cierto que el peronismo es a la vez Movimiento dinámico y contiene una herramienta electoral. Pero el ritmo de elecciones cada 2 años impone una mecánica de coyuntura permanente. Eso implica reevaluar el papel del partido y el frente.

Desde la dictadura y con sucesivos experimentos de terrorismos varios, se moldeó una sociedad fragmentada, reduciendo el poder de la clase trabajadora y sus poderosos sindicatos. Las fracciones financieras/agrarias/monopolios concentrados se dieron la minuciosa estrategia de astillar, comprar y disciplinar con operaciones que fueron desde el exterminio a la cooptación de referentes.

Un no reconocido saldo de la larga década ganada (2003-2015) es cómo una clase dominante pudo ganar tanto, fortaleciendo su posición hegemónica, y a la vez cavar debajo del gobierno que se lo permitio, estimuló y ayudo a crecer.

El conflicto de la 125 fue el mayor campo de combate de intereses sociales que vio nuestro siglo. Es claro que en 2008 y ante el improvisado (por su no preparación de las fuerzas) intento de cobrar un diferencial por precios extraordinarios de los exportables, se protegía a la vez la canasta alimenticia de los argentinos y separaba a los pequeños productores.

Fue la avanzada más valiente de un kirchnerismo capaz de formularla, pero no de planificar la defensa de una medida que sí fue calibrada por los que debían aportar. Si los sojeros exportadores dejaban pasar eso, era posible que  se cruzaran líneas distributivas de más justicia social. Llegaron al corte de rutas (método que denuncian para otros), a tirar la leche o no permitir la llegada de alimentos a las ciudades. Movieron sus fichas mercenarias en el Congreso, el poder judicial, el fuego del periodismo de las concentradas, conducidas por la mesa de oligarcas/pools de siembra/rentistas agrarios/financieras asociadas.

En ese momento muchos certificamos la voluntad transformadora de un equipo capaz de sacarnos del infierno de la crisis del 2001 (con un aporte clave de Duhalde, justo es reconocerlo), que supo nacionalizar YPF en 2012, generar crecimiento industrial, llevar jubilaciones y salarios a los más altos de esta región injusta,  quitarle el negociado de las jubilaciones a las financieras, de unir el continente y de quitarnos al FMI de encima. O generar una política educativa, cientifica y cultural capaz de sembrar el país de universidades, concebir satélites o repatriar científicos. Algo que se dice pronto y se olvida fácil. Una sociedad orgullosa capaz de festejar el bicentenario con millones en la calle y cantar el himno hasta la música.

¿Qué organización sólida quedó de toda esa potencia de cambios? ¿Sólo una agrupación joven y un archipiélago de adherentes? Humildemente creo que comprender la diferencia entre capacidad de liderazgo estratégica y conducción operacional, que no son lo mismo y requieren de cuidadosa caracterización, son tareas imprescindibles en tiempos de repliegue, niebla o confusión.

El barro de la táctica es más fácil de verificar, ya que allí se combina la calle y la palabra. Campañas de prensa, bloqueo de bulos en redes, unificación de consignas y objetivos políticos de largo/mediano plazo y metas verificables, recepción de climas y respuestas sociales de fuerza propia, aliados y opositores. Unir y organizar no es esperar la palabra de un jefe y luego interpretarla en función de los posicionamientos oportunistas del grupo.

Sintetizo: pensamiento estratégico de largo y mediano plazo (el programa), se articula con la capacidad operacional (cómo y con quienes llevarlo adelante) y con táctica (el conflicto coyuntural)

El campo de juego abarca la arena internacional, regional, nacional… Esto necesita de ámbitos específicos permanentes y dinámicos. Cada tablero con lecturas que guían acciones.

Las organizaciones: sindicatos, centros de estudiantes, organizaciones sociales barriales, cooperativas y cámaras empresariales que lo entiendan, periodistas del palo y referentes de cada espacio social/cultural/religioso y económico tienen imágenes que deben reunirse para trabajar síntesis políticas capaces de dar respuesta y salida. Eso no se hace a cielo abierto, ante un enemigo impiadoso y destructivo de cada paso organizado unificado. Pero es con ámbitos de escucha, debate  y capacidad de compilación y armonizacion del equipo que conduzca, que nunca es una sola persona, aunque lo personalicemos. Quien lo dice lo practica en su agrupación. No es diletancia.

No tenemos un  partido fuerte, sólido, unido y flexible que puede conducir un estado planificador. Pero es posible verificar quién puede construir el frente social que unifique la política. Hay que resolver la ecuación de liderazgo y conducción. Una formulación clara de ideas capaces de guiar acciones. No otra cosa intentamos con nuestros aportes escritos.

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