Análisis Chile Opinión

MIRADAS. Daniel Jadue Presidente

Junto a Cecilia Coll, Hugo Fazio y Miguel Lawner, el suscrito ha dirigido recientemente una carta abierta a la militancia del Partido Comunista, para someter a su consideración la propuesta de levantar de inmediato la candidatura presidencial de Daniel Jadue


Por Manuel Riesco

A nuestro juicio, Daniel Jadue es la persona a quien la historia ha ubicado en el lugar y momento precisos, para encauzar la inmensa energía del pueblo trabajador de Chile, que desde el 18-O ha irrumpido masivamente en el espacio político. Para conducirlo como Presidente de la República, con la heroica determinación democrática y revolucionaria que nos legó el Presidente Salvador Allende. Para realizar las reformas necesarias y acabar los mayores abusos y distorsiones que se originaron el 11 de septiembre de 1973, mismas cuya larga postergación es la causa principal de la crisis política nacional en que hoy se debate el país. 

Nadie niega la crisis política nacional que hoy atraviesa Chile. Todas las instituciones han perdido su legitimidad en mayor o menor medida. Ello ha deteriorado la vida social del país en todos sus aspectos, así como sus relaciones internacionales y también la interacción de la sociedad con la naturaleza. La vida cotidiana se torna insoportable para el pueblo trabajador y los de arriba. Nada puede progresar en orden y en paz sin una autoridad política legítima. 

La crisis política nacional debe resolverse ahora. Esa es la gran tarea política y el principal desafío que enfrenta hoy Chile. Todo lo demás se subordina a la imperiosa necesidad de restablecer la legitimidad de la autoridad política.

Como enseña la ciencia política (Maquiavelo, EL Príncipe, Cap IX)  y ha comprobado la riquísima historia revolucionaria y democrática del pueblo de Chile a lo largo de un siglo, el único camino para relegitimar la autoridad política y evitar la hecatombe es realizar las reformas necesarias largamente postergadas (Alessandri Palma, 1924). Para acabar los grandes abusos y distorsiones de la sociedad, enfrentando con decisión a los poderosos intereses que les pretenden perpetuar. Sólo así se pueden superar en un sentido de progreso las crisis políticas nacionales que de tanto en tanto enfrentan todas las sociedades. También la actual.

La fuerza requerida para lograrlo la proporciona la irrupción masiva en el espacio político del pueblo trabajador de Chile, desplegada desde el 18-O y sostenida hasta hoy bajo diferentes formas. Esta no cejará hasta que se realicen las reformas necesarias largamente postergadas. 

Para encauzar dicha energía es indispensable una conducción política avanzada y democrática que se comprometa a realizar las reformas necesarias. Lamentablemente, en la irrupción popular en curso, ninguna fuerza política existente está en condiciones de hacerlo.

Ello incluye a aquellas que con brillo reconocido universalmente supieron conducir los grandes alzamientos populares precedentes. La participación de sus principales partidos en sucesivos gobiernos elegidos tras el fin de la dictadura, incluido el actual, sin duda ha logrado grandes cosas en beneficio del pueblo. Sin embargo, ninguno de esos gobiernos ha conseguido proponerse siquiera realizar las reformas necesarias para acabar con los grandes abusos y distorsiones heredados de la dictadura, enfrentando a los poderosos intereses que profitan de los mismos. Al revés, al insistir en buscar acuerdo con ellos en lugar de enfrentarlos resueltamente, dichos gobiernos se han abstenido de realizar aquellas, con el resultado de sostener y agravar los principales abusos.

Por este motivo, en esta crisis política nacional como en todas, el sistema político en su conjunto se convierte en un blanco principal de la ira creciente del pueblo. En lugar de dirigirla contra los grandes abusadores, usualmente apunta contra la autoridad política que ha fallado en aquello que constituye la base esencial de su legitimidad: su capacidad de enfrentar a los poderosos para que no abusen del pueblo trabajador. 

El cobre chileno, un recurso siempre en la disputa geopolítica capitalista.

Si la crisis no se corrige a tiempo, si las reformas necesarias se postergan en demasía, la indignación del pueblo contra un sistema político que no cumple con éste, su deber esencial, puede terminar aplaudiendo que la hez de la sociedad asuma el poder político, prometiendo guillotinarlo. Así ha ocurrido en elecciones recientes en países vecinos y ahora mismo nada menos que en la principal potencia mundial. Esos tipos son peligrosos, pueden conducir a los países al suicidio, como demuestra la era de las catástrofes de Europa en el siglo XX. 

Cuando el pueblo trabajador de Chile irrumpió masivamente en el espacio político el 18-O, el sistema democrático chileno, haciendo honor a su tradición de flexibilidad más que centenaria, recogió el mensaje y abrió un cauce para que cursara por vías legales. Eligió una Convención Constituyente y un Gobierno encabezado por el joven dirigente de una fuerza política nueva, que apareció en el centro de la imagen del acuerdo del 15-N. Sin perjuicio de que, en esa misma elección presidencial, otra parte considerable del pueblo votó por un candidato de ultraderecha, que en ese momento aparecía asimismo ajeno y en contra del sistema político en su conjunto. 

Lamentablemente, ni la Convención Constitucional ni el nuevo Gobierno, abordaron rápida y derechamente los mayores abusos y distorsiones. La Convención hizo muchas propuestas interesantes en muchos ámbitos, quizás demasiadas, pero no logró los dos tercios necesarios para renacionalizar el cobre. 

Esa es, por muy lejos, la principal reforma necesaria para corregir el mayor abuso y la mayor distorsión heredada de la dictadura: que diez mineras se apropien sin pago significativo de cobre que exportan sin refinar, cuyos subproductos cubren la mayor parte de sus costos y cuyo valor equivale a la mitad de los ingresos totales del Estado.

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