El líder de la Revolución Cubana demostró lo que pocos pudieron en la historia moderna: que la voluntad política y la convicción humanista pueden ser más fuertes que el poderío militar. A 98 años de su nacimiento, una reflexión.
Por Alejo Brignole
La figura de Fidel Castro resulta casi inabarcable pues en él se funden amalgamas muy diversas: el estratega, el político, el diplomático, el jurista, el militar y el revolucionario capaz de guiar a toda una nación hacia su destino definitivo. Por supuesto esta inmensidad de taumaturgo, de hacedor de prodigios, jamás logró silenciar –e incluso exacerbó– las críticas más despiadadas de un sistema mundial dirigido y sometido por Estados Unidos, que no se cansó de llamar a Fidel Castro dictador, tirano, opresor y un largo etc. Todo ello mientras los cubanos recibían educación, salud, vivienda, y una reforma agraria que los hizo trabajadores liberados de la explotación. Washington no podía tolerar a sus puertas la realización de una utopía exitosa, o cercana a serlo. Había que derribar ese gran experimento social plagado de triunfos que fue la Revolución Cubana.
Nacido en 1926 en Birán (antigua provincia de Oriente) Fidel Castro era hijo ilegítimo de Lina Ruz y de un emigrante español analfabeto y dueño de tierras, Ángel Castro Argiz. De extraordinaria inteligencia ya desde sus primeros años de vida, Fidel fue enviado a estudiar a los 6 años a Santiago de Cuba y más tarde con los jesuitas, que le inculcaron rigor y una gran autodisciplina. La misma que luego aplicaría en sus estudios universitarios y en la vida revolucionaria misma. Y aunque fue un estudiante renuente a asistir a las cátedras, Fidel se diplomó en tres carreras (Derecho, Ciencias Sociales y Derecho Diplomático) estudiando por su cuenta y examinándose de forma irregular.
Fue en estos años universitarios donde comenzó a fraguarse el animal político, el pensador de la realidad y el joven comprometido con la situación de su país.
En 1952 incursionó en la política como candidato a la Cámara de Representantes de Cuba, resultando electo, pero el golpe de Estado de Fulgencio Batista –rápidamente reconocido y legitimado por el gobierno estadounidense– frustró la iniciación de Castro en la política nacional. Luego vino lo que todos sabemos: el intento de tomar el Cuartel Moncada en 1953 para iniciar un foco insurgente y combatir a una dictadura odiosa que ponía de rodillas a Cuba frente a la influencia estadounidense, a costa del subdesarrollo y la explotación de todo un pueblo.

Fidel tras el fracaso al cuartel de Moncada, su primera acción revolucionaria, verdadero prólogo de lo que lograría apenas 7 años más tarde.
En este primer intento de sublevación, Fidel fue apresado y el juicio que siguió lo sentenciaría a 15 años de prisión. Sin embargo, tras 22 meses, fue amnistiado y emigra a Nueva York y luego México. En este paréntesis forzoso escribió su célebre opúsculo: La Historia Me Absolverá en donde expone su ideario político y su visión para Cuba.
Castro organiza desde entonces una fuerza expedicionaria gracias a fondos particulares de políticos y ex ministros del depuesto presidente Carlos Prío Socarrás, exiliado en Miami. El resto es historia conocida: con un barco recreativo, el famoso Granma, Castro y 82 hombres del denominado Movimiento 26 de Julio parten de México y alcanzan las costas cubanas el 2 de diciembre de 1956, aunque serían repelidos y caídos en combate casi todos de la expedición, a excepción de unos 20. Sobreviven Fidel, Ernesto Guevara (el Che), Raúl Castro, Juan Almeida y otros pocos. Internándose en la Sierra Maestra logran resistir y sumar seguidores entre el campesinado y los guajiros, generando una auténtica resistencia armada de gran escala que tras dos años de guerra de guerrillas finalmente entrará triunfante en La Habana el 1 de enero de 1959, empezando una nueva era: la Revolución Cubana.
Y si Fidel demostró talento político, visión estratégica y capacidad de liderazgo antes de esta fecha, fue en los años posteriores donde se forjaría la leyenda imperecedera de un joven que maduró y se hizo mayor batallando, año tras año, contra un tenaz imperialismo que buscó derrotarlo de todas las maneras posibles: por la vía militar, por la diplomática, con atentados personales, con desestabilizaciones secretas y finalmente con un embargo comercial y político de alcance mundial que Cuba aún hoy padece, pero que no ha logrado ni uno solo de los efectos buscados, pues la Revolución Cubana goza hoy de más salud que nunca.
En aquel contexto de 1959 y durante toda la década de 1960, en un mundo partido en dos bloques antagónicos, Fidel halló sostén y alianza para su gesta en la Unión Soviética, lo que produjo el giro doctrinal que finalmente tuvo la Revolución Cubana. Iniciada como una insurgencia foquista de inspiración maoísta, pero de cuño nacional, Fidel finalmente se inclinó hacia una estructuración marxista-leninista, constituyéndose así en una avanzada privilegiada en suelo americano para otros movimientos insurreccionales que tendrían en La Habana y en Moscú sus centros de gravedad y sus faros doctrinales.
Dotado de una oratoria fogosa y cautivante, y poseedor de gran instinto para escoger a colaboradores y dirigentes, Castro logró poner en el centro de las miradas mundiales a una isla sin mayores recursos que poco antes de su llegada era considerada una parcela más para el expolio estadounidense.

Fidel y Malcom X, e líder de los Black Panthers, cuando realizó su vivita a Nueva York, ya como líder de Cuba. Tuvo que alojarse en un modesto hotel de Haarlem debido a un boicot impuesto por las grandes cadenas hoteleras a su visita. El capitalismo corporativo siempre se obsesionó con Fidel Castro.
La famosa crisis de los misiles en octubre de 1962 –que enfrentó al presidente norteamericano Kennedy y al soviético Nikita Kruschev– tuvo en Cuba su teatro de operaciones. EEUU jamás permitiría misiles nucleares soviéticos a pocas millas de sus costas. Fueron los días en que la Guerra Fría parecía dar lugar a un holocausto nuclear y Cuba era vista como el centro del mundo, pues allí se jugaba la suerte de la civilización.
Mientras tanto, el gobierno de Fidel Castro y el politburó del Partido Comunista que él presidía barrieron con el analfabetismo en toda la isla, la dotaron de servicios sanitarios irrestrictos y gratuitos para todos los cubanos, sin distinción de razas o clases sociales. Se generaron pequeñas industrias y se crearon universidades logrando que, a pesar del bloqueo, Cuba alcanzara en la década siguiente uno de los índices de desarrollo humano más altos del mundo, hasta hoy.
Amado por su pueblo, Fidel debió, no obstante, mantener un gobierno monolítico, pues la agresión externa fue una constante hasta su muerte, en 2016. Fidel no eligió permanecer en el poder, sino que fue el asedio de Washington, su bloqueo internacional y las limitaciones impuestas de manera arbitraria, las que prolongaron las condiciones revolucionarias en aquello que podría haber seguido un decurso republicano si la mano que asfixiaba –y asfixia– hubiera cedido.
A lo largo de su vida, Fidel Castro exportó luchas revolucionarias, prestó médicos al mundo, envió alfabetizadores a toda América Latina y secundó iniciativas soberanas (el ALBA, la Unasur entre otras). Expulsado su país de la OEA desde aquel 1962, Fidel envejeció soportando la década neoliberal de 1990 y organizando el “período especial” de la economía cubana, extinguido ya el apoyo soviético. En una América Latina colonizada por enésima vez, los gobernantes de turno se reían en su cara (una risa de hienas domesticadas frente a la tenacidad irreductible del león). Pero como si se tratara de un regalo de la historia, Fidel murió viendo reverdecer en América Latina todas las semillas que él supo sembrar. Bolivia, Ecuador, Venezuela o Nicaragua siguieron su ejemplo, triunfando contra todo imperialismo y sometimiento. Por eso, un 25 de noviembre (el mismo día que se embarcó en el Granma 60 años antes) Fidel murió riendo, pero como ríe el león: mostrando intactas sus garras, a pesar de tanta lucha.


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