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MIRADAS. Javier Milei como una peligrosa advertencia del sistema

La figura emergente del ultraderechista Javier Milei en Argentina cumple fielmente dos premisas evidentes: obediencia irrestricta al diseño imperialista estadounidense y un modelo social excluyente de matriz darwinista.

Por Alejo Brignole*

                La reciente ventaja obtenida por el precandidato Javier Milei en las elecciones PASO de Argentina, de la formación Libertad Avanza, instala en ese país un fenómeno mundializado: el ingreso de la extrema derecha al juego político electoral como opción aceptable y naturalizada como legítima por el propio sistema. Incluso enarbolando un discurso de muerte, segmentación brutal y exclusión social abierta y sin maquillajes.

Existe un tipo de planificación social que constituye un problema no solo político, sino también filosófico, por cuanto responde a una concepción elitista de organizar el mundo y que tiene sus propias fenomenologías. Una de ellas es el denominado “genocidio por goteo”, y como su propio nombre enuncia, significa que mata, elimina o extermina de manera gradual.

Ante la palabra genocidio acuden a la mente lugares y episodios como Auschwitz, los Balcanes, Ruanda, o el Plan Cóndor en América del Sur. Sin embargo, existen modalidades de genocidio mucho menos visibles o detectables, pero no menos eficaces, por cuanto los genocidios citados (Ruanda, etc.) fueron realizados en términos de tiempo y espacio muy focalizados, es decir, acotados. Si pensamos en el genocidio indígena tras la conquista luso-hispánica, veremos que tuvo características masivas, pero solo al principio. Las enfermedades europeas, la brutal esclavitud y las masacres a punta de espada se saldaron con dos tercios de la población originaria de Abya Yala (América) en los primeros setenta años de la invasión. La matanza fue visible porque ocurrió en poco tiempo y de manera cuantitativa. Pero más tarde el genocidio fue por goteo, es decir, gradual, paulatino y constante, completando de esa manera aquella labor inicial mucho más evidente y agresiva.

                Hoy existen diversos ejemplos claros de genocidio por goteo a lo largo y ancho del mundo, y sus víctimas recaen siempre del lado pobre, de los marginados, de los que no deciden o no los dejan decidir.

El encarcelamiento constante de afroamericanos, o sus ejecuciones sumarias por fuerzas policiales en Estados Unidos, son una excelente muestra de este concepto aplicado en la realidad tangible. Eliminar o encerrar a la población negra norteamericana fue un sueño acariciado por diversas administraciones presidenciales, aunque jamás se haya dicho públicamente. Ante esta imposibilidad fáctica, se ensayaron métodos alternativos introducidos por la CIA como la famosa “epidemia de crack” (droga muy destructiva aparecida a mediados de los años ’80 del siglo XX) que diezmó los barrios bajos de 28 ciudades estadounidenses, y cuyas víctimas principales se hallaban ente los negros pobres que el sistema deseaba deyectar.

Sin duda, los millones de muertos anuales por hambre en África –o mediante constantes guerras nutridas por las multinacionales que operan en el continente– resultan las víctimas cuantiosas y planificadas de ese genocidio gradual. África, o más precisamente los africanos, representan un problema para la Europa opulenta que no desea ver amenazadas sus fronteras con mareas humanas buscando una vida mejor. Entonces las guerras y las hambrunas –perfectamente evitables en ambos casos– forman parte de un eficaz método de control biológico. El SIDA o el Ébola que hacen estragos en el continente negro, también aligeran en mucho la carga demográfica. Los laboratorios farmacéuticos del mundo rico están en la trastienda de esas enfermedades que arrasan la población africana. Multitud de investigaciones serias así lo confirman.

Algo similar ocurre en Palestina, sometida por Israel a reducciones geográficas y cuya población árabe es expuesta al hambre por aislamiento y muertes en acciones militares unilaterales (ataques selectivos, disparos a multitudes o arrestos arbitrarios). Estas prácticas le dan a Israel un margen estratégico-demográfico que el Estado judío no desea administrar con otros métodos, más que el genocidio gradual.

                En Brasil las cifras de muertos por la policía –todos pobres y habitantes de favelas– ronda los 30.000 decesos al año, lo que resulta una eficacísima metodología para eliminar pobres del mapa social.

Estos escenarios se repiten en casi todo el mundo, incluso ahora en los países ricos, pues las medidas socioeconómicas aplicadas en Grecia o España a partir de 2008 responden a este modelo que hoy gana terreno entre las oligarquías trasnacionales que se alzan con el poder.  Pero esta modalidad política de genocidio por goteo es mucho más sutil, de una perversa legalidad y vehiculizada a través de mecanismos supuestamente democráticos. Es –digámoslo así– un genocidio con instrumentos administrativos otorgados por el propio esquema republicano.

Lo preocupante es que estas eficaces formas de eliminación comienzan a ser una instancia peligrosamente habitual en las sociedades que padecen gobiernos neoliberales, doctrina que se ejecuta –siempre y sin excepción– a horcajadas de la miseria y el deterioro social. Así, los enfermos sin coberturas, los ancianos jubilados, los niños sin recursos, los descastados en general, son parte de un problema por la doble vía para las premisas neoliberales: no producen y además generan gasto público.

                Javier Milei, emergido ahora como posible próximo presidente argentino, es quizás un excelente ejemplo de esta doctrina del lobo político, de aquel lobo que Thomas Hobbes describió en su obra Leviatán, de 1651: “El hombre es un lobo para el hombre” (Homo homini lupus est).

Desde que lanzó su carrera política, Milei se dedicó a hacer una apoteosis de estos postulados hobbesianos: quitar masivamente las contenciones sociales y programas de vacunación infantil. Derogar leyes que aseguren medicinas gratuitas a sectores de bajos ingresos o ancianos. Eliminar ayudas ministeriales a escuelas rurales o aisladas, reducir el Estado como forma de asegurar el despliegue irrestricto de la ambición privada, y un largo etcétera. Como estrategia accesoria, Milei apoya la pulsión caníbal de las grandes empresas proveedoras de los insumos básicos para una supervivencia digna (gas, electricidad y canasta alimenticia familiar) hasta niveles críticos para la población, incluidas las capas medias que lo votaron, que otra vez –como en la era macrista– quedarán nuevamente asfixiadas por su propia ligereza en el voto. Milei, en tanto economista del más puro riñón neoliberal y divulgador de falacias que no resisten el menos análisis histórico y científico-social, será una asegurador más de la dependencia del país, que es la política que busca afianzar Washington en el hemisferio.

                Hoy la Argentina que no votó a Milei cayó en la cuenta que corre el riesgo de ser gobernada un deshumanizado darwinista desembozado y de aspecto psicótico que es, en realidad, un emisario sistémico que responde a los diseños que rigen el mundo actual: poder para las élites y destrucción de todo lo que sobra. Y esto no es un simple concepto valorativo. Es una estrategia real y aplicada racionalmente. 

Si somos observadores críticos, veremos que el mundo avanza en esta dirección con una claridad meridiana. Cada vez existen menos derechos generales y más avances estratégicos de aquellos que detentan la riqueza y el poder. Ellos nos estarán reservando al resto un futuro distópico y cruel que será muy peligroso si no actuamos a tiempo para evitar un sistema mundial abiertamente nazificado. Quizás ya estemos instalados en él y somos, sin darnos cuenta, sus cómplices pasivos. O como decía Jean-Paul Sartre, que todos somos: «Mitad víctima, mitad cómplice”.

Será, pues que habrá que ir eligiendo de qué lado transcurrir.

*Alejo Brignole es escritor, analista internacional y miembro de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad.

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