Por Reinaldo Iturriza
Reinaldo Iturriza fue ministro del Poder Popular para las Comunas y ministro del Poder Popular para la Cultura de la República Bolivariana de Venezuela.
Nota editorial
Las revoluciones habitan la angustia y la agonía frente a la posible explosión del deseo originario, y al espanto y la melancolía de los retrocesos. La revolución socialista de Chávez forma parte del horizonte utópico de nuestros pueblos, y eso no podrá ser destruido por el imperialismo y su derecha ahijada y abyecta; tampoco por la burocracia y sus privilegios. Si no nos apuramos, el socialismo del siglo XXI va a parecer una consigna del siglo pasado, y para escuchar a Chávez — sin ruborizarnos — tendremos que editarlo y ponerle una camisa blanca.
Reinaldo Iturriza nos apresura en su libro Con gente como esta — publicado por la Editorial El Colectivo — a que hagamos la revolución, en vez de elaborar teorías sobre cómo hacerlas; a salir manchados, sucios y nuevamente prestos para retomar la senda.
En el intervalo que va desde marzo de 2018, cuando, junto a otros compañeros, comencé a trabajar la tierra en una pequeña parcela muy cerca del predio que sirve de asiento a la Comuna Socialista El Maizal, y junio de 2020, pocos meses después de iniciada la cuarentena con motivo de la pandemia, escribí lo que hoy pudiera llamar una radiografía cultural del chavismo. Son veintiún textos que publiqué en Saber y poder entre junio y agosto de 2019, pero que en realidad escribí en menos de un mes, a razón de un texto diario, salvo los últimos de la serie.

La idea, o quizá más bien la necesidad de escribir un conjunto de textos sobre una temática que a mí mismo, por entonces, me resultaba un tanto indescifrable, me había estado rondando la cabeza durante semanas. La conversé con un par de amigos, intentando delinear los contornos de una eventual serie, identificando aquellos temas que nos acechaban. Sucedió entonces que, por primera vez en mucho tiempo, encontré un lugar para trabajar. En casa, donde trabajé durante tres años y medio, una vez fui liberado de mis responsabilidades en Cultura, llevaba algunos meses encerrándome en el estudio pasadas las 10 de la noche y hasta que despuntaba el alba. Estaba realmente exhausto. La oportunidad de un nuevo espacio me permitió reordenar el tiempo y algunas ideas. Entre ellas, la que finalmente dio lugar a la radiografía cultural del chavismo, cuyos textos integran este libro, sumados a otros dos, afines en temática: «Con gente como esta», de julio de 2018, y «Comenzar de nuevo», de junio de 2020. Uno lo abre, otro lo cierra, y ambos definen el título.
Inmediatamente después de la radiografía cultural del chavismo, me dispuse a saldar una deuda política y teórica de índole muy personal, y me concentré en lo que entiendo como la «cuestión económica», un tema de estudio que había postergado durante mucho tiempo.
La idea de que el liderazgo político de la Revolución bolivariana simplemente había decidido, en mal día, arrear sus banderas programáticas, renunciando en la práctica, y más allá de cualquier retórica, al socialismo del siglo XXI en tanto horizonte estratégico, para abrazar, sin más, el neoliberalismo, me resultaba no tanto insoportable, como puede serlo para el desengañado, sino sobre todo insuficiente. Tal prédica me parecía maniquea, engañosa, pero sobre todo salpicada de moralina, como cualquier prédica que pretende explicar el curso de las cosas políticas a partir de esa circunstancia maldita que es la traición.
El problema es que el relato oficial, que en teoría ha debido servir como soporte argumentativo de las medidas que se estaban adoptando en materia económica, fundamentalmente a partir de 2016, resultaba tan o más insuficiente que aquella prédica y, lo que es peor, algunas de aquellas medidas eran aplicadas en un clima de mucha opacidad, en ocasiones sin que mediara explicación pública alguna. Invariablemente, pretendía justificarse la supuesta inevitabilidad de cualquier decisión apelando a la realidad agobiante de la guerra económica, el bloqueo o las sanciones económicas. Predominaba en el ambiente la firme sospecha de que una parte muy importante de la explicación que, en una democracia, merecen las mayorías populares, nos estaba siendo escamoteada deliberadamente, a lo que habría que sumarle el insoportable estado de resignación que induce la idea misma de inevitabilidad, de que no tenemos más alternativas que aceptar el estado de cosas, por más intolerable que este sea.
En tal contexto, en octubre de 2019, comencé a trabajar en una serie que intitulé «Cuarentena», lo que por cierto no guarda relación alguna con las circunstancias que debimos afrontar seis meses después, a propósito de la pandemia, sino con la idea, en boca de algunos voceros de la clase política antichavista, de que el chavismo debía ser tratado como una «enfermedad contagiosa», y que por tanto lo que correspondía era el «completo aislamiento del país», vía bloqueo comercial y político, planteamientos que se hacían tan temprano como en 2017.
El uso y abuso de estas metáforas biologicistas me serviría como pretexto para incursionar en el análisis de los conceptos de biopolítica y gubernamentalidad, de Michel Foucault. Equivocado o no, pertinente o no, ese fue el punto de partida que elegí para comenzar a estudiar la «cuestión económica» y, más específicamente, para intentar comprender a profundidad el fenómeno del neoliberalismo. Este trabajo me permitió elaborar algunas hipótesis y arribar a algunas conclusiones preliminares, sobre las que volveré más adelante.
Derrota y clausura
Antes de continuar es importante hacer una precisión: tanto la radiografía cultural del chavismo, y por tanto este libro, como luego «Cuarentena», son al menos en parte la resultante de una derrota y de lo que podría llamarse una clausura. La que fue derrotada fue la tentativa imperialista de forzar un «cambio de régimen» en Venezuela, lo que debía suceder poco tiempo después de producirse la autoproclamación de Juan Guaidó como «presidente encargado», el 23 de enero de 2019, con manifiesto apoyo estadounidense. Esa misma noche escribí el primero de una brevísima serie de artículos que fueron publicados por Telesur:
Escribo estas primeras líneas cerca de la medianoche del miércoles 23 de enero. La velocidad con la que se suceden los hechos obliga a ordenarlos. En la ruleta de la historia, hay truhanes apostándole fuerte al caos y la desmemoria.
Con caos me refería principalmente a la violencia:
Afuera, la violencia es un rumor lejano. Ese rumor ha vuelto a instalarse entre nosotros desde el día lunes: al llamado de un pequeño grupo de efectivos de la Guardia Nacional a desconocer al presidente Nicolás Maduro, ocurrido durante la madrugada, le han seguido varios focos de violencia en el oeste de la ciudad, en horas de la noche. Catia, El Valle, La Vega, La Pastora: todas parroquias populares.
Un par de días después, quedaba muy claro que, «a diferencia de 2014 y 2017, cuando la violencia se expresó fundamentalmente en los territorios controlados por el antichavismo, casi siempre en zonas acomodadas, en esta oportunidad se concentrarían en las zonas populares, al menos en una fase inicial».
Con desmemoria me refería al sistemático ocultamiento de las víctimas mortales de la violencia cuando estas eran chavistas, como ocurrió en abril de 2013, cuando el antichavismo pretendió desconocer la victoria electoral de Maduro:
Estos hechos no caben en el relato dominante porque la mayoría de las víctimas mortales eran chavistas, y ninguna antichavista. Pero ¿qué ha ocurrido en la sociedad venezolana desde entonces? ¿Qué traumas ha sufrido? ¿Qué mutaciones ha experimentado? ¿Qué explica que aquellas terribles circunstancias resulten ajenas al propio chavismo?
Entonces, recurrí a un término sobre el que volvería varias veces en los días subsiguientes: shock.
Desde entonces la sociedad venezolana está en shock, y esa es una historia de la que muy poco se ha contado. La importancia de contarla tiene que ver en buena medida con el hecho de que hay fuerzas muy poderosas interesadas en que nos quedemos sin memoria. Y contarla pasa también por recuperar nuestro lenguaje.
Acto seguido, delimitaba explícitamente el auditorio al que deseaba dirigirme:
Esto último vale no solo para quienes luchamos en Venezuela, sino para quienes, en cualquier parte del mundo, luchan por la igualdad y la justicia, y por evitar la catástrofe capitalista. La pérdida de capacidad heurística de nuestros marcos interpretativos es algo que nos afecta a todos por igual, en mayor o menor medida. Y para ser capaces de transformar primero es preciso comprender. Hoy Venezuela nos interpela. Nos plantea un serio desafío. Evadir el tema por tratarse de un asunto «tóxico» no puede seguir siendo una opción. Tenemos que ser capaces de sobreponernos a la intoxicación discursiva de los poderes fácticos globales. Ya solo poner en duda el relato de la «crisis humanitaria» es un paso importante. Lo que no significa, de ninguna manera, negar los graves problemas. Pero solucionarlos pasa por develar el entramado de relaciones de poder y saber tras aquel discurso. Nuestro punto de partida no puede ser precisamente aquello que es necesario explicar.[1]
Persuadido de la imperiosa necesidad de traducir a un público global el inminente peligro que se cernía sobre el país, decidí echar mano de un formidable libro, ampliamente conocido: La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, de Naomi Klein.[2] Como intenté demostrar en el segundo artículo de la serie para Telesur,[3] las declaraciones, y en general la actuación del gobierno estadounidense, de los gobiernos latinoamericanos alineados bajo su mando, de los voceros de la Unión Europea, así como de la clase política antichavista, se inspiraban en la doctrina del shock neoliberal. Para cualquiera que hubiera leído el pormenorizado recuento histórico de Klein, era evidente que lo que se fraguaba contra Venezuela obedecía a la mecánica del capitalismo del desastre, de una forma que rayaba en lo manualesco.
Fuente: Web La Tizza


0 comments on “Un primer balance general de la etapa post-Chávez”